Estrategias de resistencia y organización de migrantes mexicanos a Estados Unidos, ante las políticas migratorias
Resumen
En su ascenso a la presidencia de los Estados Unidos, Donald Trump sostuvo un perfil de radicalismo xenofóbico. Prometió no solo la puesta en marcha de una política de cero tolerancia a la inmigración ilegal, sino también la construcción de un moderno muro en la frontera con nuestro país para restringir el ingreso de indocumentados. Esto nos deja ver un escenario que supone el endurecimiento de las políticas migratorias estadounidenses, lo que significa una virtual declaración de guerra contra los inmigrantes de todo el mundo. Sin embargo, esta política no es invención de Trump, pues la tendencia a frenar la inmigración se viene manifestando de manera radical desde las administraciones de Bill Clinton, quien levantó el primer muro fronterizo, y Barack Obama, quien posee el record de deportación de inmigrantes. Estas políticas son replicadas por los inmigrantes mediante el desarrollo de estrategias de resistencia y organización.
Received: 2018 October 4; Accepted: 2019 January 9
Keywords: Palabras clave: Políticas migratorias, migración transnacional, estrategias de resistencia y organización.
Keywords: Keywords: Migration policies, transnational migration, resistance strategies and organization.
Sumario:1. Introducción / 2. El contexto migratorio en los Estados Unidos / 3. Orden económico neoliberal, un nuevo contexto para la migración / 4. La transnacionalización de los procesos migratorios / 5. Estrategias de organización y resistencia / 6. Voces de la resistencia / 7. Conclusiones |
1. Introducción
Si consideramos las tendencias históricas que han caracterizado a las políticas migratorias de los Estados Unidos, tanto de las administraciones presidenciales republicanas como demócratas, veremos una constante en la lucha contra la inmigración no documentada. La deportación masiva o la construcción de muros fronterizos no son iniciativas pensadas originalmente por Donald Trump, sino que tanto Barack Obama como George W. Bush o Bill Clinton emprendieron este tipo de acciones.
En este sentido, las condiciones bajo las cuales se reproducen los procesos migratorios de mexicanos a los Estados Unidos se han agravado paulatinamente, por las transformaciones de forma y fondo en estos procesos. Tales son los aspectos que nos interesa investigar y sistematizar desde la perspectiva de las transformaciones estructurales, así como desde el desarrollo de estrategias de resistencia y organización que establecen los grupos de inmigrantes ante el avance y endurecimiento de estas políticas.
En los últimos treinta y cinco años, la migración de mexicanos hacia Estados Unidos ha experimentado un acelerado proceso de transformaciones de orden cualitativo y cuantitativo. Ello se ha reflejado en el crecimiento de los flujos de trabajadores y la diversificación de los lugares de origen y destino. La población migrante ya no procede solo de los estados de Guanajuato, Jalisco, Michoacán y Zacatecas (región migratoria histórica); hoy, estados como Chiapas, Oaxaca (migración indígena) y otros, como Puebla, Tlaxcala y Veracruz (migración emergente), están participando de manera importante en la expulsión de trabajadores a los Estados Unidos y Canadá. Por otra parte, las características sociales y laborales de quienes migran también se diversifican respecto a los lugares de origen considerados como históricos.
En el pasado reciente, las dos políticas norteamericanas más importantes en el tema han sido la Special Agricultural Workers (SAW), programa especial para trabajadores agrícolas, y la Immigration Reform and Control Act (IRCA), Ley de Reforma y Control de la Inmigración. Estas, aprobadas en 1986, se centraron en reducir la migración indocumentada. A la par de estos programas de amnistía, y de manera un tanto contradictoria, el Gobierno estadounidense asignó más fondos a los servicios de inmigración nacional y a la vigilancia de la frontera con México. Estos programas brindaron un marco de legalidad permanente a casi tres millones de migrantes indocumentados, de un total estimado entonces, entre cinco y seis millones de personas, de las cuales dos terceras partes eran de origen mexicano.
Si tomamos en cuenta que, para el año 2015, el Current Population Survey (CPS) de marzo reportaba que en Estados Unidos había 12 211 128 inmigrantes nacidos en México, y considerando las tendencias de las políticas migratorias de este país, se hace más que necesaria la investigación sistemática de este fenómeno social. Ello es de suma relevancia debido a que los datos indican que uno de cada diez mexicanos vive en el país vecino del norte.
Inmigrantes nacidos en México en Estados Unidos 1964-2015
Periodo | Hombres | Mujeres | Total |
Hasta 1964 | 156,526 | 169,765 | 326,291 |
De 1965 a 1985 | 1,272,006 | 1,109,727 | 2,381,733 |
De 1986 a 1993 | 1,155,516 | 1,088,185 | 2,243,701 |
De 1994 a 2001 | 1,920,372 | 1,648,791 | 3,569,118 |
De 2002 a 2015 | 1,948,880 | 1,741,405 | 3,690,285 |
TOTAL | 6,453,255 | 5,757,873 | 12,211,128 |
TFN1Fuente: elaboración propia con datos del CPS 2015, March Supplement.
De acuerdo con los datos del cuadro anterior, en la siguiente gráfica se observa que, en 50 años, la población de inmigrantes mexicanos en Estados Unidos ha crecido 1.061%. La intensificación del flujo migratorio de mexicanos y mexicanas a Estados Unidos se aprecia en el periodo de 1965 a 1985, con una tasa de crecimiento de 650%. De 1986 a 1993, se observó una tasa negativa de −6.2%, retomando la tendencia al incremento en el siguiente periodo, de 1994 a 2001, con una tasa positiva de 60%. De 2002 a 2015, se aprecia un aceleramiento del flujo migratorio, al expresarse una tasa positiva de solo 3.4%. Todo ello se correlaciona con las tendencias de las políticas migratorias estadounidenses.
[Figure ID: ch1]
Tasa de crecimiento del flujo migratorio de mexicanos a Estados Unidos 1964-2015.
—Fuente: elaboración propia con datos del CPS 2015, March Supplement..
Las políticas migratorias de este país han impactado en el desplazamiento de mexicanos hacia ese destino de manera diferenciada. Aunque es discutible el papel de estas políticas en la intensidad de los flujos migratorios, hay evidencias de que han modificado el ritmo de las tasas de crecimiento. Sin embargo, lo que es indiscutible es que afectan significativamente las condiciones de vida de las personas migrantes.
La posición del presidente Trump en contra de la inmigración preocupa a todos los que se involucran en estos procesos, pues no se limita a los que se encuentran en situación de indocumentados. Su proyecto de ley de reforma migratoria además se centra en la reducción del acceso legal de inmigrantes a los Estados Unidos. Esta propuesta, denominada Reforming American Immigration for a Strong Economy Act (RAISE), busca reducir la inmigración legal hasta 50% de los montos actuales en un periodo de 10 años, así como favorecer a personas con mayor preparación y dominio del idioma inglés.
Las nuevas generaciones de migrantes se enfrentan a situaciones cada vez menos favorables. Esto es resultado del reforzamiento de las tendencias antimigratorias de las políticas federales, así como del desmantelamiento de las que los protegen. Ejemplo de estas políticas en detrimento son la llamada “lotería de visas”, o el programa Deferred Action for Childhood Arrivals (DACA), que favoreció a casi 800 000 jóvenes indocumentados, conocidos como dreamers.
Este contexto, cada vez es más adverso para la población de origen extranjero en Estados Unidos, pues provoca diversas reacciones: desde la censura a la radical posición del presidente Trump, hasta movilizaciones de los afectados. En este trabajo queremos reflexionar sobre los cambios contextuales de los procesos migratorios y su vínculo con las transformaciones estructurales del propio sistema capitalista. Asimismo, el peso de estas en las tendencias actuales que, por supuesto, no son innovación del presidente Trump. Buscamos articular también las estrategias de resistencia y organización que la población afectada desarrolla como respuesta a tales tendencias.
2. El contexto migratorio en los Estados Unidos
El fenómeno migratorio ha sido parte de la historia de la humanidad. Desde muy temprano nos enseñan que los grandes flujos migratorios distribuyeron a la población en todos los continentes y que su determinación principal era la búsqueda de recursos para sobrevivir. En esta historia, hablando de flujos masivos de migrantes, el móvil se ha diversificado en muchas direcciones, pues las condiciones de vida no solo implican la posibilidad de sobrevivencia a través de la obtención de alimento y vivienda. A la migración se han sumado factores políticos, confrontaciones bélicas y desastres originados por fenómenos naturales, como erupciones volcánicas, tsunamis, terremotos, inundaciones, entre otros. Sin embargo, las causas y consecuencias de cada uno de estos fenómenos tienen un carácter histórico específico.
Por lo anterior, se puede afirmar que los procesos migratorios responden a una lógica multidimensional, donde no solo resulta beneficiado el migrante que busca mejorar sus condiciones de vida respecto a las que tenía en su lugar de origen.1 El tema que nos ocupa demanda reflexiones, tanto desde el punto de vista estructural como del coyuntural. Desde este último enfoque, el desarrollo de estrategias de organización y resistencia de los grupos migrantes en Estados Unidos, como lo muestra Durand, es una respuesta a la ofensiva unilateral de importantes grupos de las naciones receptoras. Esto debido a que ven en los inmigrantes una amenaza que puede alterar negativamente los modos de vida en estas sociedades.2
Cuando el fenómeno migratorio se vuelve masivo, de alguna manera se altera el curso de vida en las sociedades receptoras. Esta es la situación de países como Alemania, donde la llegada masiva de refugiados ha derivado en problemas económicos, políticos y sociales. Lo relevante es que la migración no es negativa per se para los países receptores, aunque este es el discurso recurrente en la cúpula del actual gobierno norteamericano.
Recordemos el caso de los grandes flujos de migrantes europeos de principios del siglo XIX hacia Estados Unidos:
En efecto, desde 1815, los Estados Unidos ven cómo se produce, en oleadas sucesivas, el mayor movimiento de inmigrantes de la historia moderna. Sistemáticamente organizada al principio para paliar la falta de mano de obra, la inmigración va a tomar una dimensión y a revestir unas características tales que va a alterar el conjunto de las condiciones de la acumulación del capital.3
La primera oleada de migrantes europeos en Norteamérica se dio en el periodo de 1815 a 1860 y alcanzó un total de cinco millones de personas. Por su origen, se identificaron dos millones de irlandeses, millón y medio de alemanes; el resto provenía de Francia, Holanda, Inglaterra, Noruega y Suiza. De esta manera, “el capital americano pudo disponer al fin de fuerzas de trabajo numerosas y casi “disciplinadas” -tratándose de irlandeses “amaestrados” por el capital inglés-.4
La mayoría de esta ola migratoria provenía de la parte oeste y norte de Europa, la región industrializada. Ello aseguraba las manos necesarias y entrenadas para el desarrollo de la industria estadounidense. “Es, en total, una inmigración de trabajo que ‘descarga’ al capital de los gastos de educación y frecuentemente de mantenimiento de la familia”.5
La segunda ola migratoria se dio de 1880 a 1915 y fue de quince millones de personas, pero de un origen diferente, pues en su mayoría eran trabajadores del campo. Los migrantes provenían ahora de países de Europa del Este: polacos, húngaros, rumanos, moravos, checos, lituanos y alemanes, y del sur europeo, italianos, griegos, armenios, entre otros. Este proceso terminó por modificar la composición técnica de la enorme masa de trabajadores migrantes en reserva que esperaban a ser incorporados a las fábricas.
Aunque se tenía en consideración el beneficio real que la inmigración representaba para la sociedad norteamericana, era mal vista. A pesar de que se imponían las condiciones estructurales del país, la preocupación por el crecimiento de esta población se expresó ampliamente, pues en este proceso histórico, tan solo el estado de Nueva York recibió 2.75 millones de personas. Como señala Barry Franklin:
En los años 1850, en la ciudad de Nueva York, fecha en que el sistema de escuela pública se solidificaba rápidamente, la escuela era considerada como una institución que podía conservar la hegemonía cultural de una población “nativa” comprometida en una batalla. La educación era el modo en que debía ser protegida la vida de la comunidad y los valores, normas y ventajas económicas de los poderosos. La escuela podía ser el motor de una gran cruzada moral para que los hijos de los inmigrantes y los negros fueran como “nosotros” […] La escuela reflejaba la actitud del público nativo general, que deseaba americanizar los hábitos del inmigrante, no su estatus.6
Durante el último tercio del siglo XIX, los prejuicios puritanos en contra de los inmigrantes y el trabajo industrial alimentaron el miedo y los constituyeron como una amenaza a la estabilidad y el control social, pues:
Sospechaban que estos inmigrantes, que parecían tener una tasa de nacimiento superior a la de la población nativa, superarían pronto en número a la “bien alimentada población nativa”. Un número creciente de inmigrantes, con sus enclaves urbanos y sus diferentes tradiciones políticas, culturales y religiosas, era una amenaza para una cultura homogénea.7
Además, se hacía evidente que con la industrialización el crecimiento de los centros urbanos rebasaba el modelo tradicional de las pequeñas comunidades. La base económica de estas seguía siendo predominantemente agraria y artesanal, con producciones manufacturas en pequeña escala, en tanto que:
Las ciudades se iban poblando de emigrantes de la Europa oriental y meridional y de negros del sur rural. Estas personas tan diversas eran consideradas como una amenaza a la homogénea cultura americana, una cultura centrada en la pequeña ciudad y enraizada en las creencias y aptitudes de la clase media. La “comunidad” que los predecesores ingleses y protestantes de esta clase habían “creado a partir del salvajismo” parecía desmoronarse ante una sociedad industrial y urbana en expansión.8
Este sentimiento xenofóbico, derivado de una ideología conservadora, solo fue interiorizado gracias al desarrollo de procesos de aculturación de los inmigrantes. Estos aprendían la lengua y la cultura local mientras se integraban al trabajo, de manera que los “valores morales se emparejaron cada vez más a las ideologías y propósitos económicos conforme el país ampliaba su base industrial”.9
Las innovaciones organizacionales desarrolladas por J. W. Taylor planteaban la disgregación de “el saber obrero, ‘desmenuzándolo’ en gestos elementales por medio del time and motion study, haciéndose su dueño y poseedor, el capital efectúa una ‘transferencia de poder’ en todas las cuestiones concernientes al desarrollo y la marcha de la fabricación”-.10 A partir de ellas, en el primer tercio del siglo xx, se crean las condiciones para hacer posible la incorporación a los procesos productivos industriales, de la gigantesca masa de inmigrantes sin tradición obrera (unskilled) que se mantenía como reserva de mano de obra.
Los principios tayloristas homogeneizaron la fuerza de trabajo inmigrante, imponiéndose la razón instrumental del sistema por encima de los prejuicios xenofóbicos de los conservadores. esto dio paso al principio de mutuo beneficio que llegó a caracterizar los procesos migratorios en la etapa de la regulación (1940- 1970) y, con ello, a un periodo de inmigración ordenada.
El ejemplo de mayor relevancia de esta etapa fue el Mexican Farm Labor Program, mejor conocido como Programa Bracero, el cual se mantuvo vigente de 1942 a 1964, aunque se extendió hasta 1967 de manera informal. En esos 25 años, transitaron legalmente, entre México y Estados Unidos, 4.5 millones de trabajadores. Durand y Massey mencionan que otra cifra similar migró de manera indocumentada en el mismo periodo.11
López de Lara comenta que las estimaciones de la época acotaron que el número de trabajadores indocumentados llamados “espaldas mojadas” ascendió a 5 millones, lo cual “indica que, a pesar del intento de regularizar la entrada, se registra una gran intensidad de la migración sin documentos en aquella época”.12
El buen clima que favorecía las relaciones bilaterales de México con Estados Unidos, entendidas como relaciones mutuamente beneficiosas, no bastó para impedir las acciones para detener el incremento de ilegales que ingresaban al país del norte. A partir de ello, en 1954, el Immigration and Naturalization Service (INS) (Servicio de Inmigración y Naturalización) de Estados Unidos inicia la Operation Wetback, conocida en español como “operación espalda mojada”, en la cual fueron repatriados más de un millón de inmigrantes indocumentados. En 1965, apenas a un año de la conclusión formal del Programa Bracero, se eliminaron los visados de trabajo temporal y se limitaron los visados de residentes a 20 000 por año. Sin embargo, de acuerdo con Bruce M. Bagley, desde “1945 hasta principios de los ochenta, las relaciones entre México y Estados Unidos eran básicamente estables y estaban relativamente libres de conflictos”.13
Esta característica de mutuo beneficio de los procesos migratorios, reconocida casi por todas las sociedades receptoras en la etapa regulada del capitalismo, sufrió alteraciones cualitativas y cuantitativas con el resurgimiento de las crisis en la economía capitalista a fines de la década de los sesenta.
En este contexto, la dinámica de la economía norteamericana perdió su impulso; aunque se manifestó de manera paulatina, finalmente perdió sus consensos. A mediados de los setenta la crisis económica y política era totalmente abierta. “La edad de oro perdió su brillo. No obstante, había empezado y, de hecho, había llevado a cabo en gran medida, la revolución más drástica, rápida y profunda en los asuntos humanos de la que se tenga constancia histórica”.14
La demanda intensiva de fuerza de trabajo que caracterizó la etapa de la regulación se redujo radicalmente y, con ello, la reordenación de los acuerdos migratorios transitó por una “migración negociada con el Programa Bracero (1942-1964); la “no política” de la migración (1970-1980); el acuerdo comercial versus la militarización de la frontera (1994)”.15
Después de casi treinta años de migración poco conflictiva, “el cierre de esta válvula, que servía como estabilizador social, no tardó en mostrar su impacto negativo, pues al desalentar la posibilidad de un proceso migratorio controlado y legal, la pobreza en las zonas agrarias de nuestro país se vio incrementada”.16
3. Orden económico neoliberal, un nuevo contexto para la migración
La escalada de las crisis en la década de los setenta debilitó el liderazgo mundial de Estados Unidos, esto significó el quiebre del modelo regulador y el fin del pacto social. Después del colapso financiero, la incertidumbre predominó en las expectativas de la sociedad en general y ello abrió el camino para el avance de la derecha republicana que reclamaba un gobierno fuerte ante la problemática exterior e incluía en su agenda el problema migratorio.
Hacia 1980 llegaron al poder en varios países gobiernos de la derecha ideológica, comprometidos con una forma extrema de egoísmo empresarial y de laissez-faire. Entre ellos, Reagan y la tremenda señora Thatcher […] Para esta nueva derecha, el capitalismo de la sociedad del bienestar de los años cincuenta y sesenta, bajo la tutela estatal, y que ya no contaba con el sostén del éxito económico, siempre había sido como una subespecie de […] socialismo.17
A las crisis generalizadas y el ascenso de la derecha en Estados Unidos y Gran Bretaña, se suman eventos políticos clave como la caída del Muro de Berlín (1989) y el colapso de la Unión Soviética (1991). Todo esto concretó el contexto mundial para la instauración de un nuevo orden económico y una reestructuración del sistema capitalista. “Al romperse los candados que resguardaban la regulación, ya no tenía sentido, para el gran capital, mantener una situación de bienestar social de grandes costos, ya que habían desaparecido los peligros, al menos los ideológicos, que justificaban la existencia del modelo del consenso”.18
A partir de lo anterior, el reordenamiento mundial difundió otra concepción del mundo: la “globalización”. Con esta y el establecimiento de pertinentes relaciones sociales derivadas de la instauración del nuevo modelo económico, impuesto de manera unilateral por las naciones altamente desarrolladas, se instauró el “neoliberalismo”.
La reestructuración neoliberal no se limitó a los países desarrollados del primer mundo, ni a los no tan desarrollados del desaparecido bloque socialista; el tercer mundo quedó incluido en el proceso globalizador de la economía abierta de los mercados libres, por lo que se hacía necesario el diseño de políticas a la medida que permitieran librar los obstáculos que significaba el subdesarrollo. En 1989, los organismos financieros internacionales diseñaron las bases para promover reformas estructurales en los países de América Latina, con miras a crear las condiciones necesarias para la instauración de las políticas neoliberales en la región, esta estrategia se impulsó a través del llamado Consenso de Washington.19
El nuevo patrón de desarrollo mundial se estableció como un proceso inverso al de la “regulación”. Las transformaciones en general se pueden entender como un proceso de transición de una estructura “rígida” a una estructura “flexible”, donde el rasgo social dominante fue el incremento del grado de vulnerabilidad de la población más desprotegida.
[Esto] se vio reflejado tanto en sus instituciones y valores, como en los procesos de producción, y esto a su vez generó que los grupos de ingresos bajos y medios quedasen expuestos a elevados niveles de inseguridad e indefensión [...] Este contexto afectó las posibilidades económicas de los nacionales que pretendían migrar de manera legal, empujándolos a la ilegalidad.20
La vulnerabilidad y el riesgo siempre han acompañado a los migrantes en todas las épocas y en todo el mundo. El rechazo por parte de los grupos conservadores en las sociedades receptoras siempre se hace presente, sin contar los riesgos que se asumen en el tránsito hacia el país objetivo y la doble incertidumbre que los inquieta: la preocupación por saber si llegaran con bien al lugar destino y por saber si lograrán obtener medios y recursos para sobrevivir. Estas características eran parte de la contingencia aceptada comúnmente y se había incorporado en la mentalidad de todo migrante.
El nuevo contexto neoliberal modificó el riesgo aceptado y conocido por los migrantes, pues una correlación de situaciones inéditas en su contra terminó por incrementar la vulnerabilidad reconocida, la cual hacía referencia a las oportunidades y a los procesos de riesgo de corte histórico a los que se encuentra expuesto el migrante. En ese sentido, la noción de vulnerabilidad se perfila como la más apropiada para comprender el impacto trasformador provocado por el nuevo modelo de desarrollo en el plano social y para captar esa mayor exposición a riesgos en que se encuentran los grupos migrantes.
Los migrantes de Sudamérica en tránsito a Estados Unidos pasaban por cinco o seis países, y tardaban un promedio de 15 días para llegar al país destino. Actualmente, es necesario redefinir rutas, aunque no siempre son menos peligrosas. Ahora, las personas migrantes invierten hasta seis meses para alcanzar el destino final, cuando logran llegar.
La novedad que introduce el enfoque de vulnerabilidad es la de proveer un marco que permite organizar y dar sentido a esas características en términos de un portafolio de activos que pueden ser movibles y que constituyen la estructura que subyace a la heterogeneidad de la pobreza, así como los cambios en las estructuras de oportunidades y de sus requerimientos de acceso.21
El deterioro de las condiciones bajo las cuales se han establecido los grupos de inmigrantes en Estados Unidos es el resultado combinado del avance del modelo neoliberal y sus procesos generalizados de precarización social. Es decir, no solo precarización laboral, sino deterioro de las posibilidades educativas, de salud, de estabilidad comunitaria, entre otros tópicos que han sido sujetos de este proceso. Así, se puede decir que la vulnerabilidad se ha incrementado en los grupos de inmigrantes al precarizarse las políticas que promovían mayor tolerancia y protección a sus hijos.
El tema de la vulnerabilidad y la exclusión asociada a la situación migratoria en los países receptores como Estados Unidos comienza a sonar con fuerza más allá de los círculos académicos. Organizaciones como la cristiana “Bread for the World”, entre otras, ha manifestado su preocupación ante el incremento de la pobreza en las comunidades hispanas […] uno de cada cuatro hispanos vive en situación de pobreza en Estados Unidos, lo que representa por lo menos 12.4 millones de personas, representando 21% de la población hispana, comparado con el 10% de la población blanca y el 24% de la población negra.22
Los datos oficiales sobre pobreza en Estados Unidos refieren significativamente a las minorías étnicas, hispanos y afroamericanos. De acuerdo con el US Census Bureau Population de 2015, existen alrededor de cincuenta millones de hispanos radicando en Estados Unidos, mismos que reproducen las condiciones de exclusión y de pobreza: “24% de los hogares de hispanos con niños sufren de inseguridad alimenticia, comparado con el 11% de hogares de blancos con niños y el 22% de hogares de afroamericanos con niños [...] en Texas el 26.4% de los hispanos viven en pobreza; en Nuevo México son el 22.8%, la misma organización señala que aumentó la proporción de pobres al pasar de 23.2% a 25.3% en 2012”. 23
Como podemos apreciar desde esta perspectiva, el advenimiento del neoliberalismo trajo consigo modificaciones estructurales en el modelo de acumulación. La directriz de la flexibilidad permitió transferir responsabilidades sobre las garantías de la reproducción a los propios grupos inmigrantes, utilizando las leyes “a modo”. Por ejemplo, si la mayoría de estas personas se encuentran en condición indocumentada, los patrones no les proporcionan acceso a los servicios y precarizan sin mayor problema el salario; contratan cuando lo requieren, y los abandonan cuando ya no son necesarios.
Por otra parte, al no haber una regulación sobre trabajadores estacionales, los costos y riesgos para llegar a donde hay trabajo son absorbidos por los propios inmigrantes y, si son deportados, pierden todo.
Esta situación coloca a la población mexicana indocumentada en condiciones de extrema vulnerabilidad, pues los mantiene excluidos de los derechos sociales básicos. Sin embargo, los trabajadores migrantes son un elemento importante en la economía norteamericana. Los indicadores así lo demuestran en su inserción diferenciada en las diversas ramas de la economía.
4. La transnacionalización de los procesos migratorios
Las transformaciones del capitalismo mundial han redefinido constantemente las características de los fenómenos migratorios. Por ello, es comprensible que, en la etapa del capitalismo regulado, se hayan incrementado los flujos migratorios negociados hacia las sociedades desarrolladas, en el esquema de una nueva división internacional del trabajo. Asimismo, que los inmigrantes hayan podido experimentar una mejora significativa en sus condiciones de vida en las sociedades receptoras. Sin embargo, “la migración en el sentido más básico de la palabra como el ‘movimiento del hombre de un lugar de residencia a otro’ ya no es la situación excepcional en la vida; se convierte en una forma de vivir y de sobrevivir en sí misma”.24
Un aspecto que distingue los procesos migratorios, y que fue producto del pacto social que desarrolló la regulación capitalista en Estados Unidos en sus décadas áureas, fue la posibilidad por parte de los migrantes de mantener vivos los vínculos con sus lugares de origen. Esto propició un nuevo contexto de orden multicultural y el reordenamiento del flujo migratorio en un ir y venir. Esto incrementó significativamente con el abaratamiento del transporte y, de manera singular, con la aparición de los nuevos y poderosos medios de comunicación, así como de las redes sociales.
Esta característica, conocida como migración transnacional, se fortalece con la difusión de las tecnologías de la información y la comunicación, dando lugar a nuevas dimensiones de los flujos culturales entre sociedades receptoras y de origen de los grupos migrantes. Tal aspecto se constituye como una fortaleza para estos grupos y es una de las innovaciones organizacionales de los procesos migratorios actuales.
Pries señala que “está emergiendo un nuevo tipo de migrante, el transmigrante, que vive ubicado en espacios sociales que trascienden los clásicos lugares monolocales de residencia geográfica”.25 Esta modalidad se concreta gracias a la difusión de una “infraestructura transnacional” que originalmente se integró por tecnología tradicional, como la telegrafía y la radiodifusión, y que se reintegra permanentemente con nuevos componentes, como las redes sociales de tecnología o la comunicación cara a cara a través de video medios y otras plataformas, pero además se conforma por casas de cambio y paquetería que llevan y traen recursos entre el migrante y sus familiares.
Estos conjuntos conforman tejidos sociales complejos que desarrollan espacios sociales plurilocales, “donde se expresan los múltiples movimientos bidireccionales de personas y grupos de migrantes en redes trasnacionales [que] alcanzan una masa crítica”.26
Se trata más bien de un ir y venir, que constituye la base de un movimiento circular de personas, información y bienes. Los procesos migratorios acumulativos se ponen en marcha por el desarrollo de redes de carácter estable, que dan lugar a un entrelazamiento cada vez mayor de las actividades económicas y de las condiciones de vida entre las regiones de procedencia y las de llegada, ejerciendo de esta manera un efecto sinérgico y acelerador sobre la dinámica de la migración.27
El fenómeno de la transnacionalización de los procesos migratorios en realidad dista mucho de ser un fenómeno homogéneo, se desarrolla gracias a la concurrencia de ciertas particularidades y ciertos contextos que no se identifican en todas las regiones del mundo. Según estudios de Durand y Massey encontramos que el caso de la migración de mexicanos a Estados Unidos es un fenómeno social de tradición centenaria que involucra a millones de personas, en el cual se identifican tres características: su historicidad, masividad y vecindad.28
La transnacionalización es un término social que implica aspectos no solo territoriales, sus posibilidades son amplias pues implican aspectos relacionales que redefinen el papel de procesos y de instancias como el “estado”. El primer aspecto, referido a los procesos migratorios, ha sido relevado por la idea de espacios sociales plurilocales o campos sociales transnacionales, y en el caso del estado, su papel para negociar y regular la migración casi ha desaparecido en las sociedades expulsoras, en tanto que en las sociedades receptoras se ha pasado de convenios y negociaciones sobre el ingreso de los flujos migratorios a su restricción unilateral por medio de acciones radicales como la deportación masiva, el control militar de las fronteras o el levantamiento de muros que sean el obstáculo físico a los potenciales migrantes.
5. Estrategias de organización y resistencia
La búsqueda de mejores condiciones de vida es parte de todo proceso de desarrollo; una vez cubiertas las necesidades básicas, los grupos humanos no suspenden el trabajo y, si logran excedentes, tratan de identificar las condiciones en que los lograron para repetir la experiencia. Esto nos da una pauta sobre la idea de organización como algo que permite una mejora que puede ser cuantitativa o cualitativa. Por otro lado, la idea de resistencia, que bien podemos referirla como resiliencia, refiere el uso intensivo de recursos existentes para superar situaciones de crisis o de pérdida por causas diversas; aquellos que no la desarrollan, pueden morir.
La vulnerabilidad es una condición que afecta al inmigrante desde distintas perspectivas. El sujeto que toma la iniciativa de migrar o se ve obligado a hacerlo se pone en situación, donde el hecho mismo de migrar constituye un acto de resistencia, pues asume la vulnerabilización que esto implica. Pero lo hace en respuesta a situaciones adversas, ante la imposibilidad de obtener los recursos mínimos de vida. En este sentido, los inmigrantes desarrollan diferentes estrategias de resistencia para reducir los efectos de su condición vulnerable.29
La vulnerabilidad puede expresarse de diferentes maneras, la idea del párrafo previo refiere a una situación de “vulnerabilidad de origen estructural”, que podemos definir también como “vulnerabilidad secular”. Históricamente, la reproducción estructural determina condiciones en que los miembros de la sociedad se tornan vulnerables. Por ejemplo, si los procesos productivos requieren cada vez menos fuerza de trabajo, esta, al no ser contratada, se torna vulnerable y aunque esto no afecta a la estructura, sí afecta al agente.
En el caso de los inmigrantes, al haber un superávit de fuerza de trabajo, o bien, estar sobrerrepresentada en ciertos sectores -precarizados, por otro lado- se produce una tendencia xenofóbica. Con ella, se percibe al extranjero como la causa de problemas que, en realidad, son parte de la situación particular de la estructura productiva.
Estas condiciones estructurales se traducen en la diversificación del entorno de vulnerabilidad, ante el cual el inmigrante tiene que producir “resiliencia” so pena de perecer si no articula respuestas estratégicas. Como afirman Aysa-Lastra y Cachón, “en los estudios sobre inmigración, la resistencia debe ser considerada como una capacidad de los agentes, de los inmigrantes, y no de los sistemas sociales o de las instituciones”.30
Así, es en las estructuras donde se originan las condiciones de vulnerabilidad. Estas afectan en particular a los grupos de inmigrantes debido a que las estructuras de la sociedad receptora les son ajenas, y se reproducen en función de la sociedad que las generó. Mientras, los intereses del inmigrante son solo importantes en función de que se subsuman a los propios de quien los recibe.
Un factor que se perfila como relevante en el desarrollo de la capacidad de resiliencia de los inmigrantes es la acumulación de un monto significativo de “capital social”. Este se constituye como las “expectativas para la acción dentro de una colectividad que afectan a los objetivos económicos y a la conducta de sus miembros en búsqueda de objetivos, incluso si estas expectativas no se orientan hacia la esfera económica”.31
Este proceso se desarrolla de manera diferenciada en función de las características vulnerables que padece cada grupo en situación. Es decir, en este proceso concurren factores étnicos del origen del migrante. No son las mismas condiciones si el migrante es latinoamericano, africano, asiático o europeo, e incluso si el origen es Europa occidental o Europa oriental. Actualmente, el migrante musulmán, es particularmente estigmatizado. Resumiendo, la vulnerabilidad del inmigrante radica en la clase social, la raza y origen étnico, el género, la orientación sexual y la ideología, política o religiosa.32
Como contraparte, el capital social, las fortalezas o la capacidad de resistencia se pone en función del nivel educativo, competencias para el trabajo, adaptación cultural, dominio de la lengua y capacidad económica. Sin embargo, este tipo de inmigrantes no son ahora los más comunes; más bien, son atípicos: europeos o de las clases sociales privilegiadas que optan por salir de su país de origen al sentirse amenazados, ya sea por su posición social o política.
El típico inmigrante de los países subdesarrollados es de origen campesino, indígena o de las clases bajas obreras, los cuales “experimentan una movilidad social descendente cuando cruzan las fronteras: pasan a desempeñar ocupaciones de menor prestigio que las que desempeñaban en sus países de origen […] ciertos grupos están sobrerrepresentados de modo sistemático en las ocupaciones más precarias”.33
Un elemento fundamental de la capacidad de resistencia de los grupos inmigrantes más vulnerados es la organización de “redes sociales”, las cuales se constituyen como el factor más efectivo en el proceso migratorio, al dinamizar la acción de los grupos étnicos minoritarios. Las redes permiten desarrollar mecanismos autárquicos de comunicación, facilitando el flujo migratorio al socializar “contactos”, posibilidades de financiamiento, alojamiento, integración al trabajo, y a grupos afines por su origen. Estas redes se constituyen como “agregados de individuos que, mediante el vínculo de la amistad, lazos solidarios o de parentesco y/o experiencia laboral, garantizan el desplazamiento, continuidad y reproducción de los migrantes”.34
Una fortaleza fundamental de las redes sociales es la existencia de familiares en el país destino, pues estos transfieren remesas al lugar de origen. Ello eleva la calidad de vida de sus parientes, quienes remiten de regreso productos locales que permiten mantener prácticas identitarias colectivas, como las tradiciones religiosas; pero, principalmente, son la garantía para que las nuevas generaciones de migrantes puedan reproducir con éxito este proceso.
Massey y colaboradores fueron de los primeros investigadores sociales en identificar las redes migrantes como una forma de capital social y lo definieron como los contactos personales, de parientes y paisanos que facilitan el acceso a los trabajos, habitación y asistencia financiera en Estados Unidos.35 Por su parte, Monica Boyd resume el sentido de las redes sociales de la siguiente manera:
Networks connect migrants across time and space. Once begun, migration flows often become self-sustaining, reflecting the establishment of networks of information, assistance and obligations which develop between migrants in the host society and friends and relatives in the sending area. These networks link populations in origin and receiving countries and ensure that movements are not necessarily limited in time, unidirectional or permanent.36
La gradual acumulación de capital social propicia que las redes se expandan y alteren en cuanto a los costos, beneficios y riesgos para los migrantes. Así, en las experiencias migratorias, principalmente en la indocumentada, se crea una solidaridad obligada que refuerza los lazos de amistad y parentesco, y forja un nuevo vínculo en las comunidades de origen.
Las redes sociales tienen un peso cada vez mayor dentro del conjunto de estrategias para resistir las políticas migratorias estadounidenses. Ya no solo sirven para obtener trabajo y habitación; hoy, se vuelven un factor de autoprotección, pues se utilizan de manera sistemática para dar aviso sobre redadas o presencia de agentes migratorios. Estos mecanismos de supervivencia de los inmigrantes son al mismo tiempo la más relevante de las estrategias de resistencia, pues facilitan también el retorno al país de origen o la realización de un nuevo ciclo de migración a otros destinos.
Las redes sociales pueden tener buenas y malas consecuencias, esto se advierte cuando un grupo o una persona demanda en exceso ayuda o favores, que pueden resultar onerosos para una persona o una familia que está ayudando.37 Las personas que dan ayuda, sean familiares o amigos cercanos, en muchos casos, no encuentran la forma de limitarla, ya sea por la cercanía familiar o bien porque los lazos de amistad que han sido entretejidos no son tan fáciles de romper.
Las dificultades que implica el ingreso indocumentado al país del norte operan también como mecanismo de adquisición de resistencia, al endurecerse en el proceso mismo. La disponibilidad para aceptar trabajos de bajo perfil o precarizados se entiende como desarrollo de flexibilidad laboral, la cual es atractiva para el empleador. Para algunos migrantes, aceptar los peores trabajos es una estrategia de resistencia, pues finalmente se cumple el objetivo de haber migrado: tener ingresos.
Uno de los aspectos organizacionales que desarrollan los inmigrantes es la sistematización de las estrategias de resistencia, pues pueden ser replicadas por otros migrantes.
6. Voces de la resistencia
En mayo de 2015, durante el segundo periodo de la administración de Obama, un migrante transnacional comentaba en una entrevista realizada en Nueva York: “Pues, ¿qué le digo? Nuestra esperanza de que hubiera una legalización para los miles de mexicanos que andamos por acá se terminó, este presidente ha hecho miles de deportaciones y no hemos dicho nada, ¿cómo resistir ante estas deportaciones?” (Juan Antonio Techalotzi, Hueyotlipan, Tlaxcala 27/12/2016)
Ante el embate de las deportaciones, algunas de las estrategias que han seguido los migrantes mexicanos se han originado desde su nación. Estas han consistido en acceder a las visas de trabajo temporal, principalmente a las visas tipo H. El número de mexicanos con visa de trabajo temporal para entrar a los Estados Unidos creció para alcanzar una cifra cercana a cien mil personas en 2015, pero aún este monto es mucho menor que el estimado para la migración indocumentada.
Dos terceras partes de los trabajadores temporales ingresan a Estados Unidos para desempeñarse en empleos que requieren de mano de obra poco calificada, en la agricultura (con visa H-2A) y, cada vez con mayor frecuencia, en otros sectores, como son los servicios (con visa H-2B). Según Trigueros, los mexicanos muy calificados, que representaron una décima parte de trabajadores temporales, entraron con una visa diferente: H-1B. Desde 1994, estos migrantes pueden ingresar al amparo de las disposiciones asentadas en el capítulo XVI del Tlcan, aunque, a diferencia de los canadienses, están sujetos a un límite anual, sin embargo, el límite nunca fue estricto y este se eliminó en enero de 2004.38
Otra estrategia que ha servido a los mexicanos para ingresar a territorio estadounidense ha sido el uso de visas de turista. Este tipo de documento les permite permanecer por un periodo de seis meses, tiempo que aprovechan para trabajar y regresar a su lugar de origen. Así se aprecia en el siguiente testimonio:
Mire, el año pasado acá en Clear Water (estado de Nueva York), hubo una redada en la estación del tren a la hora de que muchos abordan el tren para regresar a sus casas, y que se llevan como a cien paisanos. Les pedían sus documentos y pues se los cargaban. A mí no me hicieron nada, pues yo siempre llevo mi pasaporte y cuando me agarró la migra les dije que estaba de vacaciones. Entonces empecé a enviar mensajes a los paisanos para que no aparecieran por ahí.
Así que estoy por acá por cinco meses y regreso, así no pago coyote ni tampoco pongo en peligro mi vida (Marco Martínez, Clear Water, Nueva York, 04/05/2015).
7. Conclusiones
Los flujos migratorios internacionales contemporáneos, en su mayoría de orden laboral, han sufrido transformaciones que pueden ser asociadas a los procesos de reestructuración del sistema capitalista. Tales aspectos han afectado la relación bilateral México-Estados Unidos.
En esta lógica, se identifica la etapa de la regulación con un estilo de migración negociada que permitió el tránsito legal a casi cinco millones de trabajadores que radicaban por temporadas en territorio norteamericano. La conclusión de esta etapa a fines de la década de los sesenta, mediada por un conjunto de crisis, dio pauta a una reordenación de los procesos migratorios que se perfiló en consonancia con las tendencias de la reorganización neoliberal del sistema capitalista.
En este sentido, se ha señalado la aparición de las tendencias de precarización y vulnerabilización laboral. Estas han dado lugar a dos procesos relacionados con la migración. Por una parte, se han recrudecido las condiciones de vida en las sociedades expulsoras, con lo cual incrementa el flujo de emigrantes. Por otra parte, resaltan las tendencias generales de precarización que golpean a los migrantes ya establecidos en las sociedades receptoras. Ante estas tendencias, los grupos migrantes hacen uso intensivo de los recursos acumulados para amortiguar los efectos de las condiciones que produce la economía de los mercados libres.
La llegada del magnate Donald Trump a la Presidencia de Estados Unidos (2017) y su discurso xenofóbico presuponen un proceso de endurecimiento de las políticas que regulan el ingreso de trabajadores a territorio norteamericano. Sin embargo, en periodos electorales, se ha vuelto una práctica recursiva el referir acciones en torno a la migración. Ya sea a favor de los inmigrantes, prometiendo reformas para mejorar sus condiciones de vida, como es el caso de las promesas demócratas que buscan captar el voto latino, o bien, anunciando acciones antiinmigración, como es el caso de los republicanos.
Las acciones reales de los que han alcanzado el triunfo electoral distan mucho de los discursos que los llevaron al triunfo, pues los resultados en esta materia han visto progresar propuestas contradictorias o llenas de lagunas que ponen a modo las nuevas legislaciones. En esta perspectiva haremos referencia a las principales políticas migratorias de las administraciones presidenciales norteamericanas, tanto republicanas como demócratas, posteriores a la conclusión del llamado Programa Bracero, en 1964. Así, estimaremos el posible impacto de las propuestas antiinmigratorias del presidente Donald Trump y las respuestas a las mismas.
El presidente norteamericano Richard Nixon (1969-1974), de tendencia republicana, se preocupaba más por el recrudecimiento de la guerra de Vietnam. Reconocía, en concordancia con su antecesor, J. F. Kennedy, la contribución de los inmigrantes en la construcción y consolidación de la industria y la grandeza alcanzada por Estados Unidos de Norteamérica. Su ocaso por el escándalo de Watergate interrumpió su segundo periodo presidencial, no obstante, en una de sus últimas entrevistas, dio su opinión sobre los procesos migratorios. Esta fue recogida por el periodista Amos Olvera, quien contextualizaba la opinión de Nixon señalando que:
La recepción y asentamiento durante un siglo de aproximadamente cien millones de extranjeros de todas nacionalidades se convirtió en piedra angular del florecimiento de esa nación. [Nixon] Advirtió que -paradójicamente- este fenómeno podría dañar la estructura original, la cultura y el pensamiento del pueblo estadunidense […] Lacónico, Nixon externó una visión de más largo plazo. Vaticinó que la diversidad sin límite en la composición demográfica de ese país llevaría a su fin el esplendor y la universalización de la cultura y los ideales de Estados Unidos, algo que solamente el Imperio Romano logró en su era de grandiosidad global. Nixon anticipó, desde entonces, el escrutinio riguroso en las fronteras y el endurecimiento de la política inmigratoria de ese país.39
La década que corrió de 1970 a 1980 fue signada por lo que se denominó la “no política” en materia migratoria. La llegada del republicano Ronald Reagan al poder, en 1980, vaticinaba tiempos difíciles para los inmigrantes en Estados Unidos. Contra todos los pronósticos que derivaban del radical discurso anticomunista de Reagan, en 1986, se firmó la reforma migratoria de mayor impacto en los últimos 30 años: el Acta de Reforma y Control de Inmigración (IRCA). A través de esta, se legalizó la permanencia de casi tres millones de trabajadores indocumentados en territorio estadounidense, quienes eventualmente se formalizaron como residentes o bien como ciudadanos. Esta amnistía contemplaba también severas sanciones para los empleadores que contrataran indocumentados. Se buscaba, pues, reducir la inmigración ilegal a cero, cosa que se ha demostrado como un acto imposible de cumplir.40 A pesar de sus múltiples defectos de instrumentación, esta reforma se registra como la última donde se ha reconocido el papel constructivo de los inmigrantes en la sociedad norteamericana. George H. W. Bush, prácticamente dio continuidad a la política migratoria de Ronald Reagan.
El mandato presidencial de William J. Clinton (1993-2001) marcó el inicio del endurecimiento de las políticas migratorias; legislativamente, se instrumentaron la Ley de Reforma de la Inmigración Ilegal y Responsabilidad de los Inmigrantes (IIRIRA), de 1996; la Ley Antiterrorista y de Pena de Muerte Efectiva (AEDPA), de 1996, y la Ley Patriota de 2001. Pero este proceso conllevó acciones más radicales. En la administración demócrata de Bill Clinton, a través de la “Operación Guardián” se inauguró el levantamiento del muro fronterizo; 600 kilómetros de muro, 800 de barreras y bardas, y la adquisición de tecnología militar para detectar y detener el flujo de migrantes ilegales.
George W. Bush (republicano), relevo de Clinton, fue recibido con los eventos del 11 de septiembre de 2001, lo cual marcó el recrudecimiento de las políticas antiinmigrantes, particularmente contra la población musulmana. Pero las acciones terminaron por afectar a todos los migrantes en Estados Unidos, al impulsar una política de “cero tolerancia” y el operativo Streamline, instrumentado en la frontera con Texas, para detener a todos aquellos que se internaran de manera irregular al país, procesarlos como delincuentes y deportarlos de manera expedita. Así, cualquier migrante indocumentado pasaba a ser un potencial terrorista.
La administración del demócrata Barack Obama se esperaba como oportunidad para impulsar una reforma migratoria integral que volviera a la tradición humanitaria a favor de los inmigrantes indocumentados. Pese a las expectativas, el “demócrata” posee, por ahora, la cifra récord de deportaciones de inmigrantes indocumentados en su administración, 2.8 millones, según el Pew Hispanic Center (2016).
Como nos hemos podido percatar, las políticas migratorias estadounidenses han mantenido como una de sus constantes los recursos para restringir o controlar el ingreso a su territorio, y este se ha utilizado de manera discrecional en función del contexto social predominante. No debemos dejar de lado el peso que en estas reconfiguraciones ejerce el factor estructural, sin embargo, aunque estas tendencias son dominantes, no dejan de ser cuestionadas y la resistencia a las mismas es parte de la dialéctica que mueve la vida social.
Desde esta perspectiva, el proceso de endurecimiento de las políticas migratorias estadounidenses se entiende en el marco de la desregulación como su precarización. Lo mismo podríamos sostener respecto a la Administración Trump, en la cual la precariedad política y la falta de imaginación se aprecian como una tendencia del proyecto neoliberal para su reproducción pertinente. La resistencia y organización de los grupos migrantes en este marco social se reconfiguran también, pues buscan espacios para romper su articulación como mero apéndice de la reproducción del sistema. De este modo, legitiman su derecho a existir con dignidad en cualquier parte de este mundo globalizado.
fn1Pries, L., Refugees, Civil Society and the State. European Experiences and Global Challenges, Cheltenham, Edward Elgar, 2018.
fn2Durand, J., La migración México-Estados Unidos. Historia Mínima, México, El Colegio de México, 2016.
fn3Coriat, B., El taller y el cronómetro, México, Siglo XXI, 2005, pp. 24-25.
fn4Idem, p. 27.
fn5Idem, p. 29.
fn6Franklin, B., “Historia curricular y control social”, en M. Apple, Ideología y currículo, Madrid, Akal, 1896, pp. 90-91.
fn7Ibidem.
fn8Idem, p. 96.
fn9Idem, p. 91.
fn10Coriat, B., op. cit., pp. 30-31.
fn11Durand, J., Massey, D., Clandestinos Migración México-Estados Unidos en los albores del siglo XXI, México, Miguel Ángel Porrúa - UAZ, 2003.
fn12López de Lara, D., “Las políticas de la migración México - Estados Unidos: a la luz de la enchilada completa (1940-2014)”, Temas de Ciencia y Tecnología, vol. 20 núm. 58, p. 49.
fn13Bagley, M., “La interdependencia y la política de Estados Unidos hacia México: la década de los ochenta”, en G. Bueno y Meyer Lorenzo (coords.), México-Estados Unidos: 1987, México, Colegio de México, 1989, p. 45. [Consulta: 25 de septiembre de 2018]. Disponible en: https://www.jstor.org/stable/j.ctv3dnq60.6?seq=1#metadata_info_tab_contents
fn14Hobsbawm, E., Historia del siglo xx, Buenos Aires, Grijalbo Mondadori, 1999, p. 289.
fn15López de Lara, D., op. cit., p. 47.
fn16López, G., Salcido, R., “Migración indocumentada y movilidad intergeneracional: Familias mixtecas en la ciudad de Nueva York”, en J. G. Rodríguez, M. Moctezuma y O. Calderón (coords.), Hogares y familias transnacionales: Un encuentro desde la perspectiva humana, México, Juan Pablos, 2017, p. 359.
fn17Hobsbawm, E., op. cit., p. 252.
fn18Salcido González, R. S., Tendencias antinómicas de la relación educación - trabajo en la sociedad neoliberal mexicana, Tesis doctoral inédita, México, Universidad Autónoma Metropolitana, 2017, p. 97.
fn19López, G. y Salcido, R., op. cit., p. 362.
fn20Idem, pp. 357-358.
fn21Idem, p. 371.
fn22López, G., Salcido, R. y Morán, S., “Redes sociales y vulnerabilidad en el proceso de integración a los mercados de trabajo”, en G. López, R. Salcido, O. Calderón (coords), Trayectorias laborales, vulnerabilidad y religión en el contexto de la migración transnacional, México, buap - Piso 15 Editores, 2015, p. 47.
fn23Idem, p. 48.
fn24Pries, L., “La migración internacional en tiempos de globalización. Varios lugares a la vez”, Nueva Sociedad, núm. 164, p. 57.
fn25Ibidem.
fn26Idem, p. 63.
fn27Idem, p. 62.
fn28Durand, J., Massey, D., op. cit.
fn29Malgesini, R. G., “Desempleo y vulnerabilidad multidimensional”, en M. E. Anguiano Téllez y R. Cruz Piñeiro (coords.), Migraciones Internacionales Crisis y Vulnerabilidad, México, COLEF, 2014.
fn30Aysa-Lastra, M., Cachón, L., “Resistencia desde la vulnerabilidad: inmigrantes latinos en España y Estados Unidos”, Anuario CIDOB de la inmigración 2015-2016, p. 142.
fn31Portes, A., Sensenbrenner, J., “Incrustación e inmigración: apuntes sobre los determinantes sociales de la acción económica”, en A. Portes, Sociología económica de las migraciones internacionales, Barcelona, Anthropos, 2012, p. 21.
fn32Vertovek, S., “Transnacionalismo migrante y modos de transformación”, En A. Portes y J. De-Wind (coords.), Repensando las migraciones, México, Miguel Ángel Porrúa, 2006.
fn33Aysa-Lastra, M. y Cachón, L., op. cit., p. 144.
fn34López, G., Salcido, R., Moran, S., op. cit., p. 41.
fn35Massey, D., Espinoza, K., Undocumented migration and the Quantity and Quality of Social Capital, Nueva York, Mimeo, 1997.
fn36Boyd, M., “Family and personal networks in international migration: Recent developments and new agendas”, International Migration Review, vol. 23, núm. 3, p. 641. “Las redes enlazan a los migrantes a través del tiempo y el espacio. Una vez iniciados, los flujos migratorios a menudo son autosostenibles, lo que refleja la creación de redes de información, asistencia y obligaciones que se desarrollan entre los migrantes en la sociedad de acogida y los amigos y familiares en el área de envío. Estas redes de enlace en las poblaciones de origen y países de acogida garantizan que los movimientos no son necesariamente en el tiempo, unidireccional o permanente.”
fn37Granovetter, M. S., “The strength of weak ties”, AJS, vol. 78, num. 6, pp. 1361-1380.
fn38Trigueros, P., “Los programas de trabajadores huéspedes: las visas H-2 en Estados Unidos”, Papeles de Población, núm. 55.
fn39Olvera, A., “La inmigración, según Nixon”, Desafíos del orden mundial, Blogs de Excélsior.
fn40Durand, J. y Massey, D., op. cit.
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