El pluralismo democrático a debate
Resulta estimulante encontrar libros como Espacio público y ciudadanía: ¿cómo trascender de lo privado a lo público?, de Pablo Armando González, no solo por el indudable valor intelectual que expresa en sus tres apartados principales, sino además por la oportuna aparición de la obra en el contexto político actual de nuestro país. Entre la aventura de pensar teóricamente el concepto de espacio público, luego el de ciudadanía y finalmente el de pluralismo, como condición sin la cual la ciudadanía simplemente no es, y la atención a las formas específicas de su “materialización” histórica, encuentro un ensayo teórico original, soportado en un aparato crítico de primera línea y estructurado de manera poliédrica.
El lector encontrará un libro de 175 páginas donde aparece un cuerpo de texto que va y viene de la mano de la teoría habermasiana sobre los tópicos de referencia, y un sistema de citas a pie de página que son en sí mismas una lectura no solo complementaria, sino también independiente, pues nos puede ofrecer un ángulo distinto del problema. Por otro lado, al final de cada capítulo o de un parágrafo, el autor nos obsequia diversos cuadros analíticos con las principales ideas discutidas a lo largo de cada sección, hecho relevante tanto desde el punto de vista pedagógico como analítico, ya que representa otra manera de leer este libro.
Además, me congratulo de revisitar la teoría habermasiana sobre el espacio público a través de la obra Espacio público y ciudadanía, entre otras razones, por el hecho de que con Habermas estamos frente al desarrollo de una teoría general de la sociedad. Por su parte, Pablo Armando González la disemina y, sobre todo, problematiza eficazmente. Mi pequeño júbilo proviene de que justo en la actualidad carecemos de teorías generales sobre la sociedad que nos permitan observar, comprender y explicar las tensiones y contradicciones de nuestras sociedades. De hecho, tenemos una “suerte” de pérdida de la capacidad nomotética de nuestras “pequeñas” teorías.
Debatir en torno a la noción de espacio público, ciudadanía y pluralismo desde una perspectiva abierta de teoría política supone discutir los contenidos semánticos de estas categorías. Asimismo, se vuelve necesario dar cuenta de los principales cultores de estas y estimar si tal teoría debe ser repensada o adecuarse a las vicisitudes específicas de un país o de una región. Al respecto, el autor afirma hacia el final de su obra: “es urgente un replanteamiento de la teoría democrática que responda a las necesidades y realidades de las sociedades post-industriales. Las transformaciones sufridas en los últimos años han acelerado el proceso evolutivo, generando un considerable aumento de la complejidad, y es ahí donde entran las nuevas formas de discusión sobre la democracia” (p. 158).
La intuición no solo es correcta, sino necesaria. Ya Tocqueville sentenciaba en su obra más célebre que era necesaria una ciencia política nueva para un mundo que estaba naciendo. Por mi parte, debo decir que nosotros necesitamos una teoría política nueva para comprender mejor la democracia que se ha estado desarrollando en las dos primeras décadas del siglo xxi y que ya ha diseminado algunas de sus principales tendencias para los próximos lustros.
Por ejemplo, ¿cómo pensar la ciudadanía en un contexto global de “renacionalización” de los intereses democráticos, tal y como sucede con Estados Unidos a partir de la administración encabezada por Donald Trump, o de los populismos de derecha en Europa y ahora también en América Latina? Pareciera que presenciamos direcciones radicalmente diversas respecto al fenómeno de la democracia que tuvo lugar a la mañana siguiente de la Segunda Guerra Mundial, y a los fenómenos de democratización que le siguieron por aquí y por allá, con particular fuerza desde mediados de los años setenta en adelante. Por consiguiente, es necesaria una teoría política nueva, pues seguimos atrapados en los contenedores analíticos que precisamente nos heredaron de la segunda mitad del siglo pasado. Tal es el caso particular de las conceptualizaciones de la relación clásica entre lo público y el Estado, encapsulado en esos estrechos márgenes que se manifiestan bajo esa forma -que sigue siendo recurrente- de un peculiar “nacionalismo metodológico” (p. 38).
Desde esta perspectiva, pensar la condición actual del Estado es deficitaria, en nada nos ayuda para la comprensión de la pérdida de la estatalización de la sociedad. Ello aunado a la otra pérdida, la de la socialización del Estado (pp. 38- 41). Estos fenómenos cada vez son más relevantes para entender el pasaje de una concepción “unitaria” por la cual lo público y lo estatal se han hecho una misma cosa, hacia una concepción donde proliferan y se multiplican los espacios públicos no políticos, en el sentido de no institucionales.
Después de leer Espacio público y ciudadanía: ¿cómo trascender de lo privado a lo público?, se puede inferir lo siguiente: venimos de sociedades Estado-céntricas que solo a través de un trabajo muy paciente de “emancipación” han podido superar esa dependencia público-política. Un trabajo gradual que tiene probablemente uno de sus momentos determinantes en la formación histórica del espacio público, al permitir, parafraseo a Pablo, lo uno y lo múltiple al mismo tiempo (pp. 62, 81). Israel Covarrubias González |
Sin embargo, no era ir en contra del Estado lo que la primera generación de neoliberales pregonaba. Quizá es más oportuno sugerir que se necesita estar a favor de la sociedad, pues en el reconocimiento de sus diferencias irreductibles -las “múltiples identidades” de las que habla el autor, vid. p. 81- es donde se juegan los desafíos más interesantes. No obstante, también se tornan visibles los desafíos más perversos de estas nuevas coordenadas de organización y apropiación de la vida en común en la democracia.
La ecuación que observan los nuevos derroteros del pluralismo, y me disculpo por la parquedad, parten de la conjunción, conflictiva y contingente, de la producción de identidad (débil, fragmentaria, líquida, o como mejor se quiera adjetivar), junto al reforzamiento de la autonomía individual y luego social frente al poder político; y finalmente la participación más allá de los esquemas liberales de pensar y organizar el juego de la democracia (pp. 125 y ss.). ¿Acaso necesitamos de una vez por todas pensar en una perspectiva postliberal para la ciudadanía y el pluralismo democrático?
Mantenerse en un discurso de teoría político no anula la observación fenomenológica de nuestras categorías y teorías con referencia al campo específico de sus desarrollos históricos y locales, pues de estos campos parten y ahí regresan. No obstante, dice el autor: “el alcance explicativo de los conceptos se da en la medida en la que estos son capaces de abstraer una realidad en particular y de arrojar propuestas analíticas. Son herramientas que no solo buscan dar explicaciones sobre fenómenos concretos, sino que también con base en estos se erigen para plantear posibles escenarios” (p. 154).
En este sentido, es un libro de teoría política bien trabajado, que abre la posibilidad para elaborar una serie de debates, incluso polémicos, en torno a las concepciones más socorridas sobre lo público, la ciudadanía, en suma, sobre la democracia, que precisamente está enganchada con ambos fenómenos para lograr su campo de concreción histórica. Por ello, al comienzo se aludía a la pertinencia de la obra en medio de nuestra pequeña realidad política, donde es innegable la enorme precariedad de la noción que se construyó históricamente alrededor de lo público, comenzando con su caótica distribución espacial (p. 135).
Esta precariedad que hoy resulta tan evidente será aún más profunda luego de la lectura de este libro, donde el autor termina por advertir sobre el peso negativo que tiene la clausura del espacio público (y no solo por su privatización). Esto debido a que se cancela cada vez más la posibilidad de contacto y, por ende, de proximidad de los ciudadanos. Con ello, se llega rápidamente a la anulación parcial de la pluralidad constitutiva de la política misma, tal y como señaló en su momento Hannah Arendt, citada en el libro de Pablo: “Todas las actividades humanas están condicionadas por el hecho de la pluralidad humana, por el hecho de que no es un hombre, sino los hombres en plural quienes habitan la Tierra y de un modo u otro viven juntos […] El hecho de vivir siempre significa vivir entre los hombres, vivir entre los que son mis iguales” (p. 153). La lección es simple: hay que seguir revindicando el pluralismo en medio del creciente ruido de aquellos que quieren sustraer su expansión hacia formas “correctas” de participación, tan propias de la cultura “políticamente correcta” en la cual habitamos, tanto de derecha como de izquierda.
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